Aquella tarde donde todo
se había vuelto de un aroma primaveral donde la calidez del ambiente era
contagiante al cuerpo que estaba en un invierno estacional, el pequeño corazón
seguía latiendo cada vez más rápido y algunas veces lento, contemplaba el mar
desde un balcón o tal vez un mirador, a veces él se preguntaba para reflexionar
sobre lo qué hacía en ese lugar y cómo ese lugar influía en su misma alma de
amante.
Minutos antes de llegar
al lugar de sus más grandes meditaciones del corazón, recibió un mensaje de la
mujer que le robaba el sueño, le quitaba el aire para vivir en calma, no
existía nada como su sonrisa decía diariamente a sus amistades, sus ojos eran
tan dulces que no importara lo malo que hubiera sido el día con tan solo
contemplarlos bastaba para olvidar las penumbras y el sufrimiento causado en el
interior de un corazón doliente y un alma en pena que él mismo se consideraba
al reflexionar sobre su vida o tal vez de su forma de vivir tan peculiar y
lleno de esperanza.
Un mensaje que solo tenía
pocas palabras, cinco palabras para ser exacto: NO IRÉ, LO SIENTO, ADIÓS.
Lo cual al terminar de leerlo le causó una gran extrañeza debido que ella nunca
había escrito de esa manera, nunca se había expresado ni en las peores peleas
que habían tenido los dos en un pasado juntos, fue en verdad algo que nunca
había pensado que sucedería sobre todo en el día donde se conocieron, en el día
que comenzaron a compartir un ideal juntos, el día donde expresaron su verdad
ante el otro, el día que empezaron a ser más que amigos…
Era el día en el cual
conversarían sobre el siguiente paso tan buscado por ambos, era el día cuando
realizarían la promesa sobre lo que iniciaron un mismo día que ahora estaba
viviendo…
No entendía los motivos
de aquella decisión, o tal vez se estaba complicando mucho con respecto al
mensaje de texto, en ocasiones anteriores al menos llamaba media hora antes
para cancelar y/o justificarse, qué habrá ocurrido se preguntaba y se
cuestionaba; el paisaje era el mismo de siempre, nada había cambiado, quizás
los árboles que dejaban caer hojas de diferente color debido a la estación del
año, o algunas flores que ya habían brotado en el jardín.
Bueno, bueno… exclamó
para sí, fue caminando al árbol que lo acompañaba en momentos de reflexión, se
sentaba al costado del árbol recostado en su tronco ya senil de tantos años de
contemplación de los amaneceres y de los ocasos que sucedían en el día a día.
Era un momento tan especial para él pues le permitía ver el mar, observar el cielo,
pero sobre todo contemplar el ocaso del día, cuando el sol descendía
despidiéndose del día que lo vio nacer una vez más. Había pasado una hora desde
que había leído el mensaje, una hora de reflexión sobre su vida y la de ella al
lado suyo. Tal vez, quizás, no era el indicado para ella y solamente decidió
marcharse de esta manera para no sufrir y que no sufra yo. Después de suspirar
cogió una pequeña piedra y dejó caer una lágrima en ella; al instante contempló
el ocaso que se desvanecía en el horizonte, y la tiró con todas sus fuerzas…
Inclinó la cabeza para
descansar y dejar de pensar en tantas cosas que le venían a la mente, a la
memoria; cuando de pronto sintió una brisa que bordeaba su cuello; era una mano
que tocaba su hombro, y le decía tiernamente: ACEPTO.
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